Cuando quiero llorar no lloro

Nunca antes me había sentido tan viejo.

La expectativa del reencuentro, después de transcurridos 14 años, era abrumadora. Mi vida era casi igual en aquel entonces. Eso sí, había fútbol en vez de dota; y si bien es cierto no avisoraba ningún futuro claro, tenía al menos una fuerte convicción de que éste resultaría prometedor.

En esa época, no teníamos celular. Nos tocábamos el intercomunicador y bajábamos y jodíamos y jugábamos fútbol en el Fonseca. Éramos un bojote. Había una que otra chama, de esas que están en el facebook desde tiempos immemoriales y con quien nunca, ni una vez, he intercambiado palabras. Un fuerte abrazo a Cristina.

Sin embargo, los incondicionales éramos el pequeño club de bomberos. David, Mario, Utah, Culo Alejandro, Maurizio, Victor, Nexar y yo. Puro carajito serio, cero maricoteo. Había uno ahí medio sospechoso, pero ese es otro tema.

El mes pasado uno de ellos, no sin antes vacilar, me invitó a su casa. David vive en USA, Mario y Alejandro en Argentina, Utah en Austria (está maluquinho), Culo en Panamá, Maurizio no se dónde coño está, y Victor en Canadá. Pero el que me invitó fue Nexar, que vive en Mariche.

- Tú eres sifrino?
- Pues no, o sí, me imagino. Sabes donde vivo.
- No pero tú no eres sifrino.
- No sé.
- ¿Pero vas a venir o no?
- Sí de bolas.

Nexar era el más generoso y humilde del grupo. Al ser hijo de la conserje, era el único que tenía obligaciones laborales desde muy temprana edad. Dejaba de jugar para sacar la basura del edificio y cosas así. Recuerdo que cuando empezó la fiebre de counter strike, íbamos hasta un centro comercial atravesando un monte piedra (tan piedra que una vez nos salió al encuentro un piedrero), para ahorrarnos la plata del pasaje y poder jugar más horas.

Yo, a mis 26 años, nunca había estado en un barrio. Por la sencilla razón de que nunca había tenido nada que hacer por allí.

Mi amigo me esperó en Palo Verde. Estaba realmente igualito pero un poco más gordo. Tomamos camionetica hasta el metrocable. En el teleférico hasta Mariche la gente clasicowsky se quejaba del gobierno. Llegamos y tocó caminar y subir escaleras como 20 minutos. Mi hermoso pelo liso y largo llamaba la atención. Mi forma de caminar, mi mariquismo del cafetal y mi falta de calle se pusieron de acuerdo para delatarme. Pero Nexar era como Cacique y estaba conmigo, así que todo bien.

Finalmente llegamos a la casa (mitad bodega) de su hermana. La realidad me pegó. Me hizo comprender todo lo que cuestan las cosas que doy por descontado por el simple hecho de haber nacido donde nací. Fue fácil imaginar las diferencias entre mi apartamento en Santa Paula y el rancho de mi amigo en Mariche, lo díficil fue enfrentarlo.

Una vez ahí, sacaron una caja de cervezas que habían guardado para la ocasión y empezamos a beber, a echar cuentos, y a jugar dominó. Empecé como los grandes, y no me pararon sino hasta la quinta partida. Para entonces ya eran las 6 y 30 y empezaba a oscurecer. Me dijeron que si me quedaba, traían la consola y se armaba el jolgorio. Y me quedé y se armó.

Nexar salió y volvió como a las 15 minutos con una corneta de metro y medio. De ahí en más fue una progresión irremediable de reggaetón, vallenato, cumbia y bachata pareja. Por allá una que otro temón del gran Héctor. Entonces se llegó zapato. La madre, la esposa, la suegra, la hermana, la otra hermana, el novio, los carajitos. Se montó un sancocho, y todos se rieron cuando confesé que no lo sabía hacer.

Después que se acabaran las cervezas, mi amigo sacó un ron 5 estrellas. Cuando lo abrió, botó un poco al piso y cuando le pregunté el por qué de su acción me explicó que se lo ofrecía al muerto. Fue entonces que mencionó a su cuñado.

Juan Carlos era un año menor que yo. En determinada partida, su madre y hermana empezaron a contarme quién y como era. Muy echador de vaina y muy jodedor y trabajador. No tenía culebras con nadie. Un día iba con un amigo en su carro y unos malandros lo confundieron con otro malandro (porque tenía un carro igual) y les cayeron a plomo. El amigo, aunque herido, logró tomar el control del vehículo y fue a un centro asistencial. En dicho centro murió Juan Carlos, porque al parecer los mèdicos se negaron a tratarlo porque no quisieron meterse en peos con los hampones.

- Y yo te digo una cosa, yo agradezco a Dios y a ese amigo porque así pudimos verlo en el hospital y no en unas escaleras. Aquí cuando matan a alguien en la madrugada, a ese muerto se lo comen las moscas hasta las 6 de la tarde del día siguiente que la policía se digna a buscarlo.

Y aquí otra vez lo mismo de antes. No es lo mismo leer las cifras de muertes violentas en el mes, que escuchar a una madre contando como perdió a su hijo sin sentido alguno. Me sorprendió sobremanera la naturaleza férrea de la señora Olga, que me contó todo impasible, mientras a mi se me salían las lágrimas incontrolablemente. Escuché a la hermana hablar de venganza, frustración e impotencia y yo no entendía nada, solo lloraba e intentaba asimilar el nivel de violencia al que está acostumbrada ésta familia.

Cuentos muy locos, uno detrás de otro, En una ocasión, un consejo vecinal o algo así, se llegaron 2 tipos y masacraron al inválido que llevaba la batuta de la reunión. La cosa es que Paola (la esposa de Nexar) tenía a su bebé en brazos y por vainas de la vida estaba al lado del paralítico. Lo cubrió como pudo y despuès vio a la criatura toda llena de sangre y evidente FOCKING mente se cagó toda, pero gracias a Dios solo era la sangre del paralítico agonizante que yacía a su costado.

Todos estos cuentos tenían cierto intervalo porque creo que a todos los presentes les daba cosa que llorara con anécdotas que a ellos les resultan tan cotidianas. Yo lloraba sobretodo porque me dolía mucho mi amigo, y su familia que acababa de conocer.

-¿En qué estás trabajando?
- Manejo un camión, ¿tú sabes cuánto gano a la semana?
- ¿Cuánto?
- 3500. Y tú sabes cuánto cuesta un kilo de queso? 3500
- ¿Y cómo haces?

Y apenas pronuncié esa estúpida pregunta, apareció el arrepentimiento. Porque yo sabía que detrás de ese típico "pa que tu veas" se asomaba una verdad tan grande y cruel como desconocida para mí: El hambre. Los niños pidiendo comida cada dos partidas. El sancocho con bastante agua para que rindiera.

A eso de las 6 am nos fuimos a casa de la señora Olga (la suegra), a seguir tirando piedras. Empezamos a jugar como a las 4 de la tarde, y terminamos a las 7 de la mañana. Estaba hasta el ojo de dominó y alcohol. Me invitaron desayuno, y fui el único que comió. Todos los demás se acostaron sin probar bocado.

Arepa con pollo frito y mantequilla y pepsi.

Me dijeron que iba a dormir en el cuarto de mi otro yo. El otro cuñado de Nexar también se llamaba Juan Luis, y también era adicto a los juegos. Era como yo. Era como yo pero habitaba en una dimensión sumamente hostil llamada Mariche.

Fue entonces que me acosté al lado de mi otro yo, en una cama que aun tenía la forma de Juan Carlos, el hermano mayor de Juan Luis. El que murió porque así es el barrio. El mismo barrio donde Nexar cría a sus hijos, haciendo lo posible por mantenerlos alejados de un malandreo que toca la puerta y acribilla familiares.

Así es muy arrecho.




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