La abeja y la tortuga

Maya era una abejita exploradora. Era la más activa de todas, la activaíta, le
decían.
Volaba sin parar recojiendo néctar de todas las flores que podía, y las llevaba
con
premura de vuelta a su colmena. Por ser tan rápida y workaholic, se había
ganado el
respeto y admiración de todas sus semejantes, así como el envidiable puesto de
exploradora estrella.
Era tan gorilita que ni siquiera le daba chance de mojonearse. Parecía Albert
cuando se
le acababa el perico. Estaba en un estado de abstinencia constante, temblando y
con la
mandíbula prensada, en busca de más néctar. A diferencia de las demás abejas,
que
parecían laborar por puro instinto, Maya había desarrollado una especie de
genuina
adicción.
Todo el prestigio obtenido tenía un costo alto. Había sacrificado tener vida
social, así
como sus semanales encuentros lésbicos con la reina (las abejas son criaturas
muy
libidinosas, independientemente de su género). Del mismo modo, se había ganado
la
aversión de sus subordinados porque les hacía trabajar horas extra sin
remuneración y
no le brindaba prestaciones sociales a su escuadrón, a pesar de ser el que
mejor
relación horas/néctar tenía en toda la colmena. Sin duda era una jefa abeja
peruana.
Un buen día se quedó en la colemna para ejercer labores de supervisión. Probaba
los
diferentes manjares obtenidos por sus exploradoras y los clasificaba
minuciosamente
según su calidad. Las obreras más jóvenes la veían de reojo con admiración,
esperando ser algún día como ella, mientras que las más grandes solo esperaban
que
llegará rápido el día que les tocaba darle serrucho a la reina.
Maya miraba compulsivamente su reloj cuando sus empleados se retrasaban. Pronto no fue un
par,sino 4, 10, 15, un grupo entero el que no llegaba. La pobre Maya ignoraba el
fenómeno mundial misterioso de que las abejas empezaban a desaparecer sin sentido.
Salió volando decidida en busca de sus muchachos.
No podía dejar que su
registro perfecto decayera en productividad. Movía sus antenitas con desperación,
tratando de llamar a los más cercanos, y se esforzaba con todo su pequeño y arrebatado ser
en conseguir una pista olfativa de sus excursionistas.
A lo lejos, vio un tumbito irregular que se movía lentamente. Con un par de
rizos llegó
hacia él.
· Hola señor, activo, ¿ha visto a otras abejas por aquí?
La tortuga levantó parsimoniosamente su cabeza y sonrío.
· Buenos días señorita, me llamó José Miguel pero mis amigos me
dicen Chemi y
algunos otros me dicen la máquina porque cuando...
· Hola señor Chemi, no tengo mucho tiempo, ¿ ha visto a otràs como
yo por aquí?
· Vi varias igual de apuradas que tú.
· ¿Por dónde?
· En todas direcciones.
Maya se desesperación con cada respuesta de la tortuga. Hacía florituras y daba
vueltas sobre sí misma muerta de la impaciencia. Decidió que no le iba a ser de
ayuda.
· Bueno gracias.- se alejó.-... por nada montículo de mierda.-
masculló.
· ¡Aquí atrasito hay una! .- vociferó la máquina
Maya maniobró un 180 elegante al instante.
· ¿Dónde?
· Por ahí.- dijo la tortuga moviendo la colita.
La abeja metió nitro y se acerco al cuerpo agonizante de Carmen, su primera
oficial,
tendida en la grama viendo al infinito.
· Lo siento Maya, te fallé...
· ¿Qué te pasó?
· No puedo... no pude....
Ahí quedo. Tiesa. Se llamaba Carmen.
Maya sollozaba, incapaz de comprender nada y muy triste por la pérdida de su
mejor
¿amiga?. Ciertamente no era su amiga, no tenía amigas ni amigos ni nada. Empezó
a
cuestionarse a sí misma y descubrió que sus lágrimas no eran por Carmen, de
quien
no sabía nada y realmente no le importaba más allá de los números que
significaban
en su productividad mensual.
¿Por qué lloraba entonces? ¿por qué debía hacerlo, solo por qué la situación lo
ameritaba? ¿por qué acaso vio en Carmen una premonición de si misma, muerta ahí
como un mojón sin nadie a quien le importe? ¿por qué asumía que nadie quería a
Carmen? ¿por qué se proyectaba en Carmen?
¿Dónde estaría el resto de su equipo? ¿Qué pasaría si todos estaban muertos?
Descubrió que incluso ayer, cuando tenía equipo completo y todo lo que se había
propuesto igual se sentía vacía y rancia y con ese poco de queso acumulado.
Mientras Maya libraba su monólogo interno, Chemi se había ido acercando a paso
de
vencedores, y cuando estuvo junto a ella solo atinó a decirle.
· Del apuro solo queda el cansancio.
Maya lo miró fijamente. La maquinó le señaló con la cabeza una gran torre en el
horizonte.
· Vamo a calmarno.- sentenció.
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