¿Por qué no los 2?

Tremendo betulio con Beto.

Tenía en su cabeza este irresoluble dilema sobre el suicidio. No sabía decidir sobre si era para valientes o para cobardes. Y por alguna extraña razón, este punto tenía una relevancia máxima en la cuestión sobre llevarlo a cabo. Le daba vueltas y vueltas y para llegar al meollo del asunto, iba descacarando primero los extremos, por donde era más fácil abordar la cuestión.

En caso de enfermos terminales, o personas en condición de sufrimiento permanente, no tenía absolutamente nada de cobarde. Por algo la eutanasia ya nisiquiera se discute en las sociedades más desarrolladas. Lo veía como la opción más lógica, sin ninguna duda. En la otra punta, el argumento conciso y religioso de que es pecado, bórralo. Aunque sospecho que cada vez hay menos, todavía existen unos cuantos adolescentes con un fuerte fervor religioso, del cual es muy difícil desmarcarse si tuvieron una infancia marcada por las misas en familia y el padre nuestro antes de dormir. Y bendita sea tu pureza, y el credo. Y pedir por años ser bueno y obendiente, lo que explicaría mas tarde la condición de mariquito. Tanto se lo pidió Beto que bueno...

Aproximándose al núcleo, las cosas se enreversaban. ¿Los que se mataban por desamor? ¿Intensos o mariquitos? ¿Por qué no los dos? ¿y por depresión? Beto, como muchos, no le tenía el suficiente respeto a los transtornos mentales, o mejor dicho, no le parecían equivalentes a los físicos en muchos aspectos. A pesar de él mismo estar deprimido y que era esa su principal motivación para pensar siquiera en quitarse la vida, algo dentro de él le urgía a no ser tan débil, a no dejarse abatir, a no ser cobarde.

Por un lado, le parecía muy barata la frase que rezaba: Hay que ser poco hombre para matarse, ya que la verdadera gallardez se demuestra haciéndole frente a las adversidades de la vida. Eso es elmo, pensaba. Hay adversidades que simplemente son más fuertes que uno, te guste o no admitirlo. Además, quién era nadie para asegurar que eso estaba mal con tanta convicción. Odiaba a la gente con mucha convicción, en primer lugar porque él no tenía ninguna. Además, casualmente la mayoría de las veces  esa gente lo que habla es paja y medio.  Respetaba tener los  cojones de luchar contra el instinto primigenio y quitarse la vida.

En el reverso, el suicidio le parecía la útlima instancia de attention whorismo. Pensó en cuantas veces pasó roncha porque algún infeliz se lanzó a las vías del metro, colapsando la ciudad. Era un fracaso escandaloso, gritado a los 4 vientos. Y aunque Beto era conocido por hacer públicas sus desgracias, llegar a esos niveles le resultaba un tanto vergonzoso. Sin mencionar la irritante costumbre de dejar una última carta, señal, o pista del inminente colapso. Lo encontraba balurdo, fácil, predecible, aburrido. Si lo apuraban diría que despreciable.

A su juicio, mención especial tenían aquellos que lo intentaban y no lo conseguían. Ahora que lo pienso, bien gracioso era Beto. No sé sentía quién para juzgar a nadie y se la pasaba juzgando y copiando y comparando.

#ClassicBeto

En su adolescencia se enamoró de una chica autodenominada emo. Usaba muñequeras para cubrir las cicatrices que se hacía de tanto cortarse por sufrir por amor. Supuestamente se quería matar y Beto no lo dudaba, y la trataba de disuadir pero era inútil porque ella seguía cortándose y seguía sufriendo y seguía intentando matarse. Un día Beto se dio cuenta que era tan seguido que no podía ser real. Que si uno se quiere matar se mata y ya, sin tanta guebonada. Años más tarde, conoció a una trabajadora del metro quien le dijo que 3 de cada 4 infelices que se tiran a los carriles del tren quedan vivos, solo que brutalmente mutilados y posteriormente amputados.

Aprendió así que ni cortarse las muñecas ni lanzarse al metro eran alternativas viables si algún día iba a decir basta.
A los 19 empezó a tomar pastillas con receta psiquiátrica. Según sus propias palabras eran lo mejor del mundo. Se observaba un Beto mucho más ¿feliz? quizás no sea el adjetivo correcto. Pero se parecía, y era lo que había.

Dopado, por supuesto, pero con semblante sonriente y mirada perdida. Lamentablemente, la crisis de medicamentos de su país no lo ayudó y de un día para otro, enfrentó con fuerza el terrible síndrome de abstinencia. Beto depresivo ataca de nuevo.

Fue en este contexto, cuando un miércoles por la tarde, almorzando perdedoramente la cajita infeliz de McDonald presenció un robo armado a una nenita en una mesa cercana. El autor material era un malandro promedio irrelevante. Quien sabe cómo, por qué y de donde sacó Beto las ganas de ser un héroe. La cosa es que fue corriendo sin pensar hacia la espalda del psicópata cuando emprendía su huida.

Pero la vida no es una película y el hampa dio un 180 y le escupió el plomo. Y ahí quedó mi amigo Beto, y yo nunca sabré si lo hizo por héroe o por suicida.

¿Por qué no los 2?, dijo la chinita.

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