Cristal. Parte 3
Adentro la cosa era bien rara.
El lugar era básicamente un rectángulo gigante sin ninguna clase de pretensión estética. Bastantes mesas y sillas de madera, simplonas y austeras, simulaban más bien un restaurante de carne en Barinas. Dos televisores de plasma medianos (muy mal ubicados, a decir verdad) mostraban un Leones-Águilas en la parte baja del cuarto. Recuerdo que Caracas iba perdiendo vale, que desgracia. La luz del local variaba de acuerdo al lado del rectángulo: la parte derecha contaba con un bombillote amarillo que francamente encandilaba, y la parte izquierda (mucho más grande, con una tarima para las bandas en vivo) estaba bañada con una luz azulada, mucho más confortable.
Nos ubicamos por la izquierda, justamente abajo de un televisor. Recién cuando nos sentamos, me percaté de la música que resonaba en el lugar, una salsa tranquila y busetera (La cita, de Galy Galeano, sino me equivoco) y en seguida pensé "que chévere". Los muchachos llamaron al mesero y no pudieron contener su cara de vergación! cuando éste les informó que la verde estaba en 6. Sólo el maracucho y Claudia pidieron sus respectivas birras y el resto quedó triste y gris y sin aumentar el nivel de alcohol en la sangre.
El cantante se fue a calentar con los demás gaiteros y dejó al grupo comentando que qué bolas, que qué caro, que qué ladilla, que para qué vinimos si nadie tiene plata, que ya me estoy enratonando ya, que qué mierda es caracas vale, ... La cosa es que empezaron a maltripear desde temprano porque no había plata, y por ende, no había curda. Como yo no bebo (ni fumo, recién estoy aprendiendo a bailar pegao) me escapé un poco a ese fastidio general y me dediqué a observar a la gente que nos rodeaba. Mucho, pero mucho viejo, se notaba que no era un sitio para estudiantes. Mucho maracucho también, celebrando jocosamente la temporal victoria de las Águilas. A mi espalda había una mesa con tres tipas, dos de las cuales estaban francamente divinas. El maracucho también las había notado y a cada rato volteaba a mirarlas; ya se había decidido, la de azul era suya y lo demás no le importaba.
El par de cervezas no duró ni dos canciones y entonces Claudia activó el bitch mode. Alternaba frases como "Cuánto falta para que Pablo toque vale? que ladilla esta vaina" con largas caras de culo y uno que otro cigarro ocasional. Yo la verdad no la estaba pasando mal porque Caracas se acercaba en el marcador y estallaban las voces de los grandes soneros de la Fania, pero lo cierto es que el grupo casi ni hablaba y el ambiente se iba poniendo progresivamente más pesado. Propongo tímidamente el dominó, anticipando la respuesta de todos, pero aun así albergando la falsa esperanza de que hoy sí, hoy es el día prometido, los planetas se alinearon, además están tan ladillados que quizás... solo quizás... Obvio que no.
Fue ahí cuando cambió el ritmo, cambió la noche. El selector decidió que era hora del merengue y el Guavaberry de mi tocayo dominicano sonó durísimo. El maracucho me dijo: Aquí fue, vamos. El carajo salió disparado, ni me esperó, y sacó a bailar a la tipa bella de azul con una seguridad en sí mismo realmente envidiable. Yo me quedé viendo como un pajúo. Lujanita sacó a Claudia antes que todos la matáramos, y fúku y yo quedamos solos y miserables, pero él más que yo porque odiaba cualquier melodía tropical.
Obviamente hay grandes diferencias entre el maracucho y yo. El muy mardito es un fucking latin lover, baila mucho el desgraciado, de viejo lo veo en los roques, con la guayabera de flores abierta hasta la mitad del torso, exhibiendo orgulloso y con confianza su pecho latino peluo. Yo soy más bien algo así como un McLovin peruano.
Pero nojoda, para qué había venido entonces??? Respiré profundo, confianza cholo que tan feo no eres, y tan mal no bailas. Fui sacando pecho hasta la otra treintañera preciosa, pero un bastardo sin gloria (feo y chiquito y gocho y borracho, el desgraciado) la abordó por un costado, con actitud Pedro Navaja.
Me hice el willy y seguí de frente hacia el baño, completamente seguro que el universo en pleno se dio cuenta.
Parte 4
El lugar era básicamente un rectángulo gigante sin ninguna clase de pretensión estética. Bastantes mesas y sillas de madera, simplonas y austeras, simulaban más bien un restaurante de carne en Barinas. Dos televisores de plasma medianos (muy mal ubicados, a decir verdad) mostraban un Leones-Águilas en la parte baja del cuarto. Recuerdo que Caracas iba perdiendo vale, que desgracia. La luz del local variaba de acuerdo al lado del rectángulo: la parte derecha contaba con un bombillote amarillo que francamente encandilaba, y la parte izquierda (mucho más grande, con una tarima para las bandas en vivo) estaba bañada con una luz azulada, mucho más confortable.
Nos ubicamos por la izquierda, justamente abajo de un televisor. Recién cuando nos sentamos, me percaté de la música que resonaba en el lugar, una salsa tranquila y busetera (La cita, de Galy Galeano, sino me equivoco) y en seguida pensé "que chévere". Los muchachos llamaron al mesero y no pudieron contener su cara de vergación! cuando éste les informó que la verde estaba en 6. Sólo el maracucho y Claudia pidieron sus respectivas birras y el resto quedó triste y gris y sin aumentar el nivel de alcohol en la sangre.
El cantante se fue a calentar con los demás gaiteros y dejó al grupo comentando que qué bolas, que qué caro, que qué ladilla, que para qué vinimos si nadie tiene plata, que ya me estoy enratonando ya, que qué mierda es caracas vale, ... La cosa es que empezaron a maltripear desde temprano porque no había plata, y por ende, no había curda. Como yo no bebo (ni fumo, recién estoy aprendiendo a bailar pegao) me escapé un poco a ese fastidio general y me dediqué a observar a la gente que nos rodeaba. Mucho, pero mucho viejo, se notaba que no era un sitio para estudiantes. Mucho maracucho también, celebrando jocosamente la temporal victoria de las Águilas. A mi espalda había una mesa con tres tipas, dos de las cuales estaban francamente divinas. El maracucho también las había notado y a cada rato volteaba a mirarlas; ya se había decidido, la de azul era suya y lo demás no le importaba.
El par de cervezas no duró ni dos canciones y entonces Claudia activó el bitch mode. Alternaba frases como "Cuánto falta para que Pablo toque vale? que ladilla esta vaina" con largas caras de culo y uno que otro cigarro ocasional. Yo la verdad no la estaba pasando mal porque Caracas se acercaba en el marcador y estallaban las voces de los grandes soneros de la Fania, pero lo cierto es que el grupo casi ni hablaba y el ambiente se iba poniendo progresivamente más pesado. Propongo tímidamente el dominó, anticipando la respuesta de todos, pero aun así albergando la falsa esperanza de que hoy sí, hoy es el día prometido, los planetas se alinearon, además están tan ladillados que quizás... solo quizás... Obvio que no.
Fue ahí cuando cambió el ritmo, cambió la noche. El selector decidió que era hora del merengue y el Guavaberry de mi tocayo dominicano sonó durísimo. El maracucho me dijo: Aquí fue, vamos. El carajo salió disparado, ni me esperó, y sacó a bailar a la tipa bella de azul con una seguridad en sí mismo realmente envidiable. Yo me quedé viendo como un pajúo. Lujanita sacó a Claudia antes que todos la matáramos, y fúku y yo quedamos solos y miserables, pero él más que yo porque odiaba cualquier melodía tropical.
Obviamente hay grandes diferencias entre el maracucho y yo. El muy mardito es un fucking latin lover, baila mucho el desgraciado, de viejo lo veo en los roques, con la guayabera de flores abierta hasta la mitad del torso, exhibiendo orgulloso y con confianza su pecho latino peluo. Yo soy más bien algo así como un McLovin peruano.
Pero nojoda, para qué había venido entonces??? Respiré profundo, confianza cholo que tan feo no eres, y tan mal no bailas. Fui sacando pecho hasta la otra treintañera preciosa, pero un bastardo sin gloria (feo y chiquito y gocho y borracho, el desgraciado) la abordó por un costado, con actitud Pedro Navaja.
Me hice el willy y seguí de frente hacia el baño, completamente seguro que el universo en pleno se dio cuenta.
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